LEÓN.- Tras días de angustia, búsqueda y un dolor que jamás se borrará, este lunes Mateo Santiago fue despedido entre lágrimas, aplausos y globos blancos. Su familia, devastada, lo acompañó en una misa de cuerpo presente en la Catedral Basílica de Nuestra Señora de la Luz y, más tarde, en su sepultura.
Mateo era un niño más, hasta que la tragedia lo convirtió en el rostro de una lucha. Un niño inocente, que hasta el martes solo era conocido por su familia, amigos y vecinos. Pero bastaron unas horas para que su nombre resonara en cada rincón de la ciudad. Mateo unió a la sociedad en una búsqueda desesperada y, tras su terrible hallazgo, en un clamor de justicia.
Desde tempranas horas, cientos de personas se congregaron en la plaza frente a la Catedral para darle el último adiós. “Es la misa del muchachito”, murmuraban algunos, mientras otros repetían con tristeza: “Es por Mateo, el niño que no encontraban”. Su abuela, con la fotografía de su nieto en las manos, agradeció a todos los que se unieron en la búsqueda. “Gracias a él encontraron a otros 18 niños, y seguiremos en pie de lucha para que no haya más desaparecidos”, exclamó con valentía.
Cuando la carroza con el pequeño ataúd blanco llegó a la Catedral, los asistentes soltaron globos blancos al cielo. Policías y agentes viales intentaron contener a la multitud, pero la gente rompió el cerco para acercarse a despedir a Mateo. Su familia, en un acto de protección hasta el último momento, formó una valla humana para permitirle el paso. “¡Mateo, Mateo, Mateo!” y “¡Justicia!”, gritaban al unísono.

Dentro del templo, su madre, entre sollozos, le dedicó unas palabras: “Eres un campeón, Mateo. Vuela alto, mi niño”. El sacerdote, con la voz quebrada, pidió consuelo para la familia. “Nada puede aliviar nuestro dolor cuando perdemos a un niño. Mateo nos deja con preguntas sin respuesta y una tristeza infinita”, dijo en su homilía.
La Catedral estuvo abarrotada. Sus padres, Gerardo y María Teresa, no se separaron de él en ningún momento. Al final de la misa, permitieron que quienes ayudaron en su búsqueda se despidieran también. “Estamos con ustedes”, “Ahora tienen un angelote”, “Dios los bendiga”, decían las personas al dar el pésame. Sus compañeros de la secundaria técnica 39 también estuvieron allí, despidiéndose con la inocencia propia de su edad. Su madre, con el corazón roto, les pidió: “Cuídense mucho, mis niños”, y dirigiéndose a las madres presentes, imploró: “Cuídense mucho a sus hijos, porque yo ya no podré cuidar al mío”.
El cortejo fúnebre partió al panteón en medio de un impresionante despliegue de amor y solidaridad. Cientos de autos, autobuses con estudiantes y fuerzas de seguridad escoltaron la carroza. En cada cruce, los automovilistas tocaban el claxon en un homenaje espontáneo. Desde los negocios, las casas, los hoteles y hasta el transporte público, la gente se detenía para mirar con respeto el paso de Mateo.

En el panteón, más de dos mil personas rompieron en córales: “¡Se ve, se siente, Mateo está presente!”, “¡Gracias por todo, Mateo!”, “¡Eres el mejor!”. En el momento de su sepultura, decenas de globos blancos ascendieron al cielo al compás de la canción “Te vas ángel mío” de Ramón Ayala. Su familia recibió nuevamente el pésame, mientras el dolor se apoderaba del ambiente.
Mateo Santiago, con tan solo 12 años, dejó una huella imborrable. En un país donde más de 116 mil personas están desaparecidas, y donde 17 mil de ellas son niños, su historia sacudió conciencias. En Guanajuato, donde sólo en 2024 se reportaron 44 niños y adolescentes desaparecidos que fueron hallados sin vida, Mateo se convirtió en símbolo de dolor, pero también de unidad y resistencia.
Las miles de personas que lo buscaron ahora exigen justicia. Claman seguridad, protección y protocolos que eviten más tragedias. Mateo cumplió su misión: despertó a una sociedad y le recordó que la indiferencia no es opción. Ahora, el eco de su nombre se alza como un grito de esperanza y de exigencia: ¡Nunca más un niño desaparecido, nunca más un Mateo perdido en la injusticia!